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Tras el declive de la Unión Soviética, EEUU se convirtió en la principal potencia mundial. La hegemonía norteamericana se ha traducido en la dominación global de los valores occidentales, como los mercados libres, el Estado de Derecho y la democracia, que crean prosperidad y riqueza. Ahora que EEUU entra en declive, muchos analistas occidentales creen que habrá una división del poder entre Rusia, China y Europa basándose en los mismos principios universales. Sin la interferencia de Washington, es el momento de las auténticas democracias, y los países pondrán en práctica los acuerdos adoptados por el Comité de Helsinki para defender los derechos humanos universales. El problema es que muchos han ignorado el hecho de que estos principios y valores son propios de Occidente y la población de Occidente los ha asumido como universales. Pero ahora la población occidental está menguando, al tiempo que lo hace su influencia global. El resto del mundo no se adaptará a estos valores, sino que preferirá volver a la situación previa a que los europeos comenzasen a dominar el mundo. Para entender el futuro, uno tiene que conocer la Historia. China, África, Asia Central y Oriente Medio volverán a parecerse a lo que eran en el año 1900.
Turquía, los nuevos otomanos
Turquía se ve a sí misma como una nación independiente que no necesita aliarse con el Este o el Oeste. Los turcos modernos son los descendientes espirituales de la dinastía otomana más que de Atatürk. Al contrario que los líderes occidentales, Erdoğan está menos obsesionado con el crecimiento económico y más con el restablecimiento de Turquía como líder del mundo islámico. Turquía registró un crecimiento económico de dos dígitos, del 11%. Sin embargo, no creemos que algo tan increíble haya podido ocurrir.
Durante décadas, Europa ha intentado imponer sus valores “universales” a Turquía, diciéndoles cómo comportarse, pidiéndoles establecer la democracia, abrir sus mercados, aceptar las fronteras israelíes, reconocer el genocidio armenio y retirarse de Chipre. Una estrategia que Bruselas repite ahora con los países de Europa del Este, especialmente Polonia y Hungría. Esto no se debe a que Angela Merkel quiera que esos países tengan que aceptar inmigración masiva, sino porque son principios “universales”.
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